Alfred y yo casi no nos conocíamos y me lo iba a llevar a casa el fin de semana porque su dueño se iba de viaje. Es un perro joven y casi no se ha separado de su dueño, que me avisó que iba a estar ansioso.
Fui con tiempo para que jugásemos los tres y se acostumbrase a mí. Le pedí que me dejase una camiseta suya, la manta que usa para acostarse y sus juegos preferidos. Y nada, me lo llevé de paseo hacia casa. Le hice caminar junto a mí, pierna con hombro, para que se acostumbrase a mí y todo fue bien.
Pero la cosa cambió cuando llegamos a casa. Se puso nervioso desde el principio, el portal, las escaleras, un ascensor que no conoce, abro la puerta de casa y… qué es esto? Se la enseñé con todo detalle, le dejé que investigase, le abrí todas las puertas y calmé su curiosidad. Una vez que se cansó de investigar (que fue un ratito largo) nos pusimos a jugar con una cuerda otro tiempo. Le di de comer, estuvimos haciendo más juegos, le saqué y al volver eran ya más de las 12, hora que consideré buena para irse a dormir.
Pensé en dormir la primera noche en el sofá del salón para estar más cerca del suelo y poder acariciarle. Pero estaba intranquilo, lloraba y se puso a dar vueltas compulsivamente alrededor de la mesa. No podía obligarle a parar o castigarle, pero había que cortar esa conducta, así que puse mi brazo entre el sofa y la mesa lo que le cortaba el paso. Y sí! esto le descolocó, ya no tenía por donde pasar, intentó varias veces pero pronto se dio por vencido, así que se paró en mi brazo, se tumbó y lo usó de almohada. Le estuve acariciando un buen rato, hablándole y tranquilizándole y poco a poco se fue acostumbrando más a mí.
Y a partir de ahi ya no fue más que un fin de semana de juerga total, parque, amigos, carreras!
Le llevé al área canina del retiro y ahí comprobé lo bonachón y obediente que es. Y ya pudimos hacer largos paseos por el parque del oeste con otros amigos. Qué gozada de perro!
Te echo de menos Alfred!!